la familia avila

la familia avila

 

Eran las 5:20 de la tarde cuando Ramiro Avila; su esposa, Nelly; y su hija de 9 años, Alexandra, llegaron a la vereda el puerto en La Cocha, preguntando por el paseo que ofrecen los lancheros al Santuario de Fauna y Flora la Isla de la Corota. Sólo uno de los lancheros aceptó, los demás se negaban argumentando que no era una buena hora para visitar la isla. El lanchero, Daniel, un joven trabajador de la zona, les dijo que “la gente de por acá está llena de cuentos y fantasías, súbanse”.

La familia pagó 20.000 pesos por un paseo de menos de 10 minutos hasta La Corota, el Santuario de Fauna y Flora más pequeño de Colombia, y según el relato popular – tan popular que ha trascendido internacionalmente – el cuarto lugar de generación de energía positiva del mundo junto a El Tíbet, Machu Pichu, y las Pirámides de Egipto. Esto se debe a que en el centro de la isla existe una formación de 4 árboles ubicados simétricamente de tal forma que con el movimiento del viento ninguno se toca entre sí, según Daniel “es una prueba maestra de la naturaleza, la prueba de la perfección, del respeto”. Además de esto, los 4 árboles están simétricamente enlazados con los 4 cerros sagrados que rodean la laguna: el Taita Tábano al norte; el Taita Campanero al sur; al oriente Bordoncillo, y al occidente Patascoy, el famoso volcán inactivo donde hace 12 años las FARC atacaron una base militar.

Esta conexión entre los 4 cerros y los 4 árboles son símbolo de una simetría perfecta, un patrón natural que demuestra su carácter de sabiduría y valor espiritual. Sólo uno de los días en que recorrí la cocha tuve la oportunidad de verlos despejados, y es en esos días, cuando los 4 hacen presencia, cuando se da la mayor concentración de energía porque se abre una de las cruces del sol de la región andina. Según los indígenas, es el tributo de la tierra a los antepasados que habitan la laguna.

El fotógrafo que me acompañó hizo la prueba, se quitó los zapatos, se alejó del grupo hacia uno de los arboles, lo abrazó, y luego de 30 minutos llegó sonriendo, con los ojos desorbitados, diciendo que no entendía lo que había pasado. Yo personalmente hice el intento, no sentí nada, mi preocupación por hablar con Daniel y por la historia que estaba buscando pudieron más que mi fuerza de concentración, por eso Daniel me explicó “si uno no tiene la cabeza suficientemente abierta no podrá sentir nada”.

La Familia Ávila si que creía en esto. tanto así que viajaron desde Pasto con la esperanza de renovarse, ya que en los últimos meses su situación económica iba de mal en peor, como si de repente todo tendiera al desastre, como si una fuerza más allá de ellos mismos derrumbara sus sueños y sus ilusiones.

Daniel dejó a los Ávila en el muelle y se acostó a esperarlos. La familia avanzó por el sendero hasta llegar al lugar de los árboles sagrados. Allí cada uno se separó, se quitó los zapatos y abrazó el árbol. No habían pasado 15 minutos cuando la niña, Alexandra, llegó corriendo donde su madre, petrificada, dominada por un miedo que no la dejaba hablar, pálida, Nelly se volteó a preguntarle qué le pasaba, Alexandra no hablaba pero temblaba, Nelly llamó a su esposo, quien corrió hacia ellas, la niña no paraba de temblar. Ramiro le hizo ponerse los zapatos y empezaron a caminar para salir del sitio.

El cielo iba despidiendo los últimos rayos de luz, la familia bajaba por el sendero sosteniendo a su hija, de pronto la niña se detiene, empieza a temblar más y a señalar el camino que sigue, niega con su cabeza que pueda seguir adelante, sus padres le dicen que tiene que seguir, ella se niega, se les suelta con una fuerza sobrenatural y empieza a correr en dirección contraria, sus padres la siguen gritándole, ella no se detiene. Cada vez se hace más oscuro, pasan por el dosel y la niña acelera su paso, sus padres la siguen hasta el mirador donde finaliza el sendero, la niña se sienta en una esquina a temblar, sus padres llegan a ella, intentan levantarla pero en ese momento sienten una presencia detrás de ellos, en la oscuridad, no ven nada pero la sienten, los tres entran en pánico y no pueden moverse. Así los encontró Daniel, en una esquina del mirador de madera, petrificados, los tres temblando. Daniel llegó unos minutos después alertado por la demora de la familia quienes al verlo lo abrazaron como si hubiera llegado su salvador.

Luego de contarme la historia, Daniel me lleva donde Conchita Matamanchoy, una de las principales líderes de la región en temas ambientales, Mujer Cafam 2007 por su importante labor, que incluye no dejarse amedrentar de la guerrilla de las FARC para proteger las reservas de la cocha. Según Daniel, ella, como nadie en la zona, entiende el significado de los espíritus de la región.

Conchita es un personaje de luz, una de esas personas que transmite energía, sus ojos, su forma de hablar, su paciencia, y ni hablar de su conocimiento. Al recordarle la historia de la familia Ávila, Conchita habla del duende, el duende que enloquece, el duende juguetón, el espíritu burlón de la selva, que de vez en cuando se aparece para controlarnos. “El duende percibe el miedo, el miedo es su objetivo, entre más miedo, más grandes son sus posibilidades de controlarnos, eso le pasó a ellos, lo que sí es cierto es que el duende no se le aparece a cualquiera, y de pronto para ellos era necesario ese encuentro, ellos vinieron buscando algo y algo encontraron, ojalá haya sido lo mejor”.
Pero lo más valioso fue escucharla hablar del valor de lo indígena, Conchita me explicó que ser indígena no es un taparrabo, o un ritual, o una máscara, o una descendencia. “Ser indígena es convivir con la naturaleza, ese es el único significado, nosotros acá somos católicos, pero al mismo tiempo creemos en los espíritus de la naturaleza, en el valor del fuego, del aire, del agua, de las plantas. Eso cambia todo, porque no puede seguirse viendo la naturaleza sólo como un recurso económico o como un simple objeto. La vida es la naturaleza y el día que entendamos eso seremos mejores personas. Por eso, para nosotros estas historias de duendes, de brujas, no son sólo historias, sino que son la expresión del medio natural, es una conexión con algo que aparentemente está más allá pero está cerca a nosotros”.

Esa misma noche, cuando los Ávila fueron llevados a su hotel, Ramiro vomitó un líquido negro y cuando se levantó del inodoro sintió como si algo muy fuerte hubiera salido de su cuerpo. Desde hacía 6 meses Ramiro no conseguía trabajo, y la familia sobrevivía gracias a la venta de helados de paila que su esposa improvisó en la casa, Ramiro decía que fue embrujado por su antigua jefe, con quien sostuvo un romance de dos semanas que terminó convertido en una terrible obsesión. Su esposa sabía la situación y aunque le dolió, decidió seguir adelante, ya que fue el mismo Ramiro el que le contó lo que estaba pasando. Ramiro y su esposa, al principió, creían que rápidamente todo se iba a solucionar pero todo iba para atrás. Visitas a la iglesia, al sicólogo, y por último, a un taita quién les recomendó viajar la cocha y conocer el dosel. Al otro día de la dura experiencia, todos los colaboradores del hotel conocían su historia, a tal punto que el propio administrador fue a visitarlos para saber si se encontraban bien. El administrador los invitó a desayunar por cuenta del hotel y toda la mañana hablaron de lo que pasó, en medio de esto Ramiro contó que era arquitecto, el administrador le habló de un proyecto nuevo en el hotel, y todo derivó en un contrato a dos años para la construcción de un salón de conferencias y otros arreglos. Como dijo Conchita, ellos vinieron buscando algo, y algo encontraron.

De regreso en la lancha que me conduce al hotel, todo el equipo de trabajo guarda silencio. Somos 5 citadinos que vinimos acá buscando contar un poco sobre esta zona del país. Daniel maneja la lancha y de repente levanta su brazo y señala uno a uno los 4 cerros sagrados, lentamente vemos como las nubes van tapándolos, despidiéndose de nosotros, invitándonos a reflexionar un poco sobre lo que somos y sobre lo que queremos, pero principalmente a mostrarnos que en estos tiempos de inmediatez, de Internet, de publicidad, de consumo, afortunadamente todavía hay quienes creen en historias de duendes.